¿Dónde está la alegría? Rafael Correa no se ha cansado de repetir esa palabra durante su aventura equinoccial: que “Somos la revolución de la alegría”, dice; que “No vamos a permitir que nos roben la alegría”; que “Responderemos al odio con la alegría”... La verdad es que, viendo las caras de velorio de sus acompañantes, constatando la violencia contenida de sus seguidores, que estalla cuando señala a los de oposición y los acusa de mantener postrada a la patria, y sufriendo en carne propia el odio que su exsecretario, Omar Simon, destila contra los periodistas que cubren la visita, odio que llega hasta el extremo de la agresión física, resulta difícil encontrar un atisbo de alegría en sus alrededores.
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Ayer, en la rueda de prensa que ofreció en la sede PAIS en Quito, Correa estuvo sereno y, en su estilo, cordial con la prensa. “Esto -dijo con un gesto que abarcaba a todos los presentes- me trae gratos recuerdos: estar con los periodistas”. Cuán gratos serán los recuerdos que todo lo que siguió fue un achaque permanente. Porque la traición de Lenín Moreno a la Revolución Ciudadana cuenta con la complicidad de esos mismos periodistas, no se cansó de repetirlo. Traición. Complicidad.
En un país donde “se ha inculcado el odio estos últimos seis meses”. Donde se están repartiendo las hidroeléctricas. Donde se está llevando a cabo “un golpe blando disfrazado de consulta popular” y con el apoyo de los medios. Donde la Contraloría mantiene a sus asambleístas bajo amenaza.
El viaje de Correa, que arrancó en la primera clase de un tren europeo y continuó en el jet privado que lo trajo desde Panamá, continúa en Quito bajo el signo de la soledad y con el perfil más bajo que se le recuerde: no llegaban a 800 personas las que se congregaron el martes en la avenida de los Shyris para escucharle su repetitivo discurso: traición, complicidad, hidroeléctricas, consulta inconstitucional, Contraloría usada para perseguir inocentes... Lo que ya dijo en el tren lo repite ahora ante las masas decrecientes o ante los periodistas que lo llenan de nostalgia, mientras aprieta las muelas y frunce el ceño con cara de pocos amigos.
A su lado: Ricardo Patiño, Gabriela Rivadeneira, Pabel Muñoz, Carlos Viteri, el asambleísta Juan Lloret, la concejal quiteña Anabel Hermosa, Pedro de la Cruz... Casi todos, figuras de segundo orden. Y una sarta de desconocidos.
“Me he quedado sorprendido por el extraordinario recibimiento”, relata o desvaría el expresidente. Habla de miles en Cuenca, donde la plaza más pequeña de la ciudad se llenó a medias. Miles para recibirlo en el aeropuerto de Guayaquil. Miles en la avenida de los Shyris, en Quito... “No me imaginé -fantasea- que el impacto de mi visita iba a ser de semejante magnitud”.
En la rueda de prensa, poca o ninguna novedad. Hay que preguntarle sobre las noticias del día para que no se repita. Como cuando se le habla del decreto presidencial para convocar a la consulta popular una vez cumplidos los plazos para que la Corte Constitucional se pronuncie (algo que acababa de ocurrir): “El señor Eduardo Mangas, el Montesinos del Ecuador -respondió- estuvo ayer en el Consejo Nacional Electoral comprando a los vocales”.
O cuando se le pone por delante el testimonio del secretario jurídico de su presidencia, Alexis Mera, en el juicio contra Jorge Glas, sobre su presunto desconocimiento de los contratos para el poliducto Pascuales-Cuenca: “Alexis -aclara- comete imprecisiones, no es experto en el tema”. Pero admite: “Por ahí empieza a construirse una hidroeléctrica y uno ni se entera”. Gajes de la investidura.
Gabriela Rivadeneira y Anabel Hermosa cumplen a la perfección el papel de tigres de taxi asignado a los fieles: asienten rítmicamente a cada palabra que sale de su boca, ríen de sus chistes (son las únicas) y lo asisten con la palabra correcta cuando él no la encuentra
Su preocupación mayor: el cambio de las autoridades de control que planea sobre el horizonte. “Van a poner a sus fiscales y sus contralores para perseguirnos”, dice. “Están usando la lucha contra la corrupción como un instrumento de politiquería”. Con un fiscal como Galo Chiriboga y un contralor como Carlos Pólit se sentiría acaso más tranquilo el expresidente.
Luego de rechazar una entrevista con un canal de televisión (Oromar) por imponerle condiciones (nada extraordinarias) a las que no está acostumbrado, se siente a gusto en la rueda de prensa donde él manda. Sin embargo, no se ve mucho entusiasmo en los periodistas.
Cansados de tanta repetición, lo dejan hablar y se retiran pronto. Él percibe esta desidia y aprieta más las muelas. Acusa a Lenín Moreno de hacer un show cada semana, de estar “embriagado de poder”. Pero nada. No capta su atención. Tiene un problema de libreto Rafael Correa, un problema del que parece no estar consciente.
WALK IN CLOSET A SU ALCANCE!!
Alianza PAIS
La ruptura es irreversible
Rafael Correa no tiene esperanzas de recuperar la unidad de su partido. Dice que la ruptura “es irreversible”. Y pide disculpas al pueblo. “Esta situación -lamenta- obviamente nos abochorna. Tenemos esta pugna que al ciudadano le causa una impresión negativa”. El responsable, claro, no es él. Es el presidente Lenín Moreno, el traidor.
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